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No es micromecenazgo

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eldiario.es

Una más, ¿verdad? Ah, crowdfunding. Literalmente, «financiación de masas», traducido normalmente como micromecenazgo en detrimento de la antigua cuestación popular. El micromecenazgo (uso esta palabra porque no quiero que parezca que me he escapado del siglo XIX) se está volviendo algo cada vez más popular, válgame la redundancia conceptual. Tan popular que incluso existen páginas de meta-micromecenazgo: en Crowdacy se listan nada menos que 109 plataformas de crowdfunding sin salir de nuestro pequeño país. Al principio fueron ideas para productos, pero ahora se «microfinancian» películas, ensaladas de patatas, carreras universitarias e incluso proyectos de investigación. El micromecenazgo es el futuro. ¡Qué digo el futuro! El presente de la financiación para cualquiera que no tenga la fortuna de disponer de una familia de profundos bolsillos o de un banco dispuesto a respaldar su emprendeduría. Ahora que lo pienso, estas dos condiciones son en realidad la misma.

crowdfunding
Plataformas de micromecenazgo según Crowdacy (21/07/2015).

Así que todo resuelto. ¿No tenemos ni un triste euro ahorrado para emprender como (el) Dios (neocon) manda? Nada, nada: micromecenazgo. ¿Nuestra familia solo nos da los buenos días y algo de ánimo —no mucho, que va caro? Micromecenazgo. ¿El banco no nos hace casito? Adelante con el micromecenazgo. ¿Hay una crisis generalizada de crédito? No importa, recurrimos al micromecenazgo y arreglado. La pena de todo esto es que, en la vorágine micromecenázguica (vale, ya dejo de inventarme palabras) hemos olvidado sus orígenes raciales e hispanos.

Sí, soy un viejuno. Ahora no os resulta tan raro que me acordara de eso de la «cuestación popular», ¿verdad? Pues también recuerdo a la gran Lola Flores, la Lola de España. Una peseta pedía a cada español para pagar la multa de trescientos millones que le exigía el fiscal en su juicio por fraude —un olvido de nada, unos añitos sin hacer declaración de la renta. Como puede observarse en el impagable documento gráfico que os aporto, la señora Flores se da cuenta rauda de que con una peseta por español tendría que volver a reclamar para la Corona las posesiones de América para poder saldar su deuda. De modo que cambia la humilde peseta por las algo menos humildes (para la época, recordemos) cien pesetas. Vulgo veinte duros, vulgo chocolatina, actuales sesenta tristes céntimos de euros alemanes. Con cien pesetas por español, y dada la población de la época, tenía para pagar su multa, el concierto más copa de agradecimiento y retirarse con la calderilla que sobrara.

¿Algún problema? Sí, algún problema. Es posible que desarrollar y sacar al mercado un producto no sea uno de los derechos fundamentales con los que todos nacíamos. Puede que financiar una película tampoco esté entre ellos, aunque no hace tanto tiempo existía un organismo que llamaban «ministerio de Cultura» que apoyaba de esa forma la difusión de lo que quiera que tuviéramos de bueno para enseñarnos y para mostrar por ahí fuera. Pero cuando hablamos de educación o de investigación científica nos estamos acercando —yo diría que ya hemos rebasado, pero ¡opiniones!— el límite de aquello a lo que deberíamos, como personas, tener derecho. Mención aparte del absurdo de base: el micromecenazgo tiene alguna posibilidad de funcionar en tanto solo pretendan sacar algo de él unos pocos. Si lo que pretendía la añorada Lola se hubiera transformado en un movimiento de masas todos habríamos acabado aportando para todos los demás exactamente lo que nos hubieran dado. ¡Magia matemática!

El crowdfunding no es un instrumento democrático, sino un elemento más de atrezzo en un aparente gobierno de las masas ciudadanistas que, en realidad, sigue siendo la misma oligarquía de siempre —sí, la que lanzaba (y lanza todavía) cuestaciones populares para sufragar un nuevo templo, o un monumento a caballo del prócer que tocara. Si lo miras y te da vergüenza no es micromecenazgo, es mendicidad. Voy a abrir una petición de firmas para buscar apoyos.


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